28/4/08



El Monstruo Sin Nombre

Hace mucho, mucho tiempo, en un país muy lejano vivía un monstruo sin nombre. El monstruo deseaba un nombre, y lo deseaba tanto que apenas podía pensar en nada más. Un buen día, el monstruo emprendió un viaje para buscar el nombre que tanto anhelaba. Pero el mundo es demasiado grande, y, por ello, el monstruo decidió dividirse en dos. Una mitad se fue al este. Y la otra, hacia el oeste.
La mitad del monstruo que había ido hacia el este encontró pronto una aldea.
"Oye, herrero, quiero que me des tu nombre", lanzó el monstruo. "¿Pero qué tonterías dices? No pienso dártelo", replicó el herrero, incrédulo. "Si me das tu nombre, me introduciré en tu cuerpo y te otorgaré toda la fuerza que te falta", prometió el monstruo. "¿En serio? Bueno, pues si de veras vas a hacerme más fuerte, adelante, es tuyo", respondió el herrero. Entonces, el monstruo se introdujo en el cuerpo del hombre. A partir de ese momento, el monstruo se convirtió en Otto el herrero. Otto era el más fuerte de la aldea.

Sin embargo, un día... "Mírame... mírame... ¡Mira qué grande se ha hecho el monstruo en mi interior!" Grush, grussh, ñam, ñam, gruupmf, grupmf... ¡plaf! El monstruo, que tenía mucha hambre, se había ido comiendo al herrero por dentro hasta acabar con él. Y así fue como se quedó otra vez sin nombre. Al poco tiempo lo intentó de nuevo con un zapatero llamado Hans, pero... Grush, grussh, ñam, ñam, gruupmf, grupmf... ¡plaf! Al comérselo, volvió a quedarse sin nombre. Lo intentó también con un cazador llamado Thomas, pero... Grush, grussh, ñam, ñam, gruupmf, grupmf... ¡plaf! Como era de esperar, se lo comió también, y volvió a quedarse sin nombre.

Al final, el monstruo decidió buscar un nombre en el interior del castillo. "Si me das tu nombre, pequeño, yo te haré fuerte como un roble", le dijo el monstruo al príncipe del castillo. "Si logras que me recupere y me haces un niño sano y fuerte, mi nombre es tuyo", replicó el príncipe enfermo. Y así fue como el monstruo se introdujo en el interior del príncipe. Y éste se curó milagrosamente. El rey estaba de lo más contento. "¡El príncipe se ha curado! ¡El príncipe se ha curado!", se regocijaron todos. Al monstruó le gustó el nombre del príncipe. Y la vida en el castillo le gustó también. Por eso, y aunque se moría de hambre, hizo esfuerzos por contenerse. Un día tras otro, cuando el hambre le acechaba, el monstruo se contenía y esperaba paciente a que pasara. Pero un día el hambre era tan acuciante que el monstruo no pudo más. "¡Mírame, mírame, mira qué grande se ha hecho el monstruo en mi interior!" Y entonces se comió al rey y a toda la corte de una sentada. Grush, grussh, ñam, ñam, gruupmf, grupmf... ¡plaf!


Un día, el principito huérfano se encontró a la otra mitad del monstruo que había ido al oeste. "Ya tengo nombre, ¿sabes? Un nombre muy bonito." El monstruo del oeste contestó al príncipe: "¿Para qué sirve un nombre? Sin nombre también se puede ser feliz. Míranos a nosotros. Somos monstruos sin nombre." Y después de estas palabras, el monstruo del este se comió al del oeste... "Cuando por fin había conseguido un nombre... no tengo a nadie que me llame para recordármelo... con lo bonito que es mi nombre... Johan..."